CONCLUSIONES
La
investigación de este trabajo nos ha permitido descubrir que durante la década
de los 60 el pueblo de Torreorgaz perdió aproximadamente el 40% de su
población. El flujo migratorio empezaría
a principios de los años 60, los primeros se fueron en expediciones,
organizadas por el único sindicato del régimen y se marcharon con contrato de
trabajo.
En Extremadura
se vivía del campo. Los hombres eran jornaleros, obreros o autónomos. Como
ellos dicen, “ se iba tirando”. No les faltaba comida, pero no tenían liquidez,
les faltaba dinero para pagar al médico, para comprar bienes, u otras
necesidades. Todavía era la Extremadura de los pozos y las fuentes a las que
había que ir andando a por agua con la cántara en la cabeza La Extremadura de
lavar la ropa en la orilla del río, la Extremadura de la sopa de tomate y la
pringá para desayunar, y el cócido como único plato en la comida. La
Extremadura de los niños que dejaban de estudiar pronto para ayudar a los
padres en el campo, y de las niñas que dejaban la escuela para ir a servir a la
capital hasta que se casaran.
En el año
1959, la clase dirigente es consciente de que España no puede seguir cerrada al
mundo. La autarquía , es decir el autoabastecimiento, es insuficiente para el
país. Es necesario firmar acuerdos comerciales con otros países para que haya
un intercambio de productos y mercancías. Para ello una de las medidas que se
toma es dejar de subvencionar al campo español. La consecuencia inmediata
de esta medida es la bajada de los
precios que no pueden competir ni en cantidad ni en calidad con el trigo que
llega de Argentina, por ejemplo. La
gente que vive del campo se empobrece,
el campo pierde su valor. Como
consecuencia miles y miles de campesinos se marchan al extranjero, que necesita
mucha mano de obra, y que con su esfuerzo y trabajo ingresarán en el tesoro español las divisas
que harán posible desarrollar el sector secundario y el terciario en España.
Los primeros
emigrantes llegaron contando en sus pueblos que en Alemania se trabajaba menos
y se ganaba más. Algunos hombres, ya casados e incluso con uno o dos
hijos, escucharon esos relatos y decidieron marcharse a Alemania. Lo hicieron
sin contrato de trabajo. En Madrid gracias a la picaresca, y al poco interés de
la policía por evitarlo, consiguieron la documentación necesaria para marchar
al extranjero. Iban con la etiqueta
de “turistas”, pero ningún oficial de aduanas en Alemania se lo creyó. Entonces buscaron
alternativas, y entraron de ilegales. No obstante, la necesidad de la mano de obra
era mucha, y enseguida encontraron trabajo.
Solían
marcharse todos los de un mismo pueblo a un mismo lugar. Allí se ocupaban de
realizar las tareas más desagradables o las que el trabajador alemán no
quería. El gobierno alemán, u holandés,
o suizo, o francés no quería que estos permanecieran allí mucho tiempo. Estos
gobiernos buscaban mano de obra temporal, que se adaptase a las necesidades del
mercado laboral. Para ello tenían como política la no integración del
inmigrante. Les facilitaban intérpretes en las empresas donde trabajaban para
que no sintiesen la necesidad de aprender el idioma del país, y siempre les
resultase difícil comunicarse. No les facilitaban traerse la familia, con lo
cual conseguían que no echasen raíces en el país receptor y volvieran al emisor. Les facilitaban la vivienda, normalmente una
residencia, que no eran más que barracones pegados a las fábricas, donde
cocinaban, descansaban y dormían. De
este modo se contribuía también al aislamiento del grupo.
Nuestros
emigrantes pasaban de 1 a 15 años en el país extranjero, cuando se habían
hartado a trabajar , a hacer horas extras y tenían unos ahorros, volvían.
Algunos se atrevían a montar un pequeño negocio: un bar o una tienda. La
mayoría seguía trabajando en el campo. Volvieron tras dejar allí los mejores
años de sus vidas, de las de sus hijos y de sus mujeres, a los que dejaron en
Extremadura.
En los años 70 se fue la segunda generación de
emigrantes, eran varones, y algunas mujeres de 18 ó 20 años. Las condiciones en
Alemania seguían siendo las mismas, vivían en barracones, aislados de la
sociedad alemana, o en pisitos pequeños de dos habitaciones con baño
compartido. En esta segunda oleada, la mayoría se fueron con contrato de
trabajo, pero coincidió con la crisis económica de 1974 y todos volvieron
pronto.
La situación en Francia fue diferente, los españoles pudieron integrarse y fueron acogidos con más naturalidad, tal vez por la llegada previa de los exiliados que huían de la Guerra Civil y la represión, o tal vez por la proximidad de caracteres y lengua. El caso es que muchos de los que emigraron a Francia han echado raíces allí y no han retornado al país emisor.
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